¿No aprendimos nada? Por Marcela Farroni*
El año 2020 quedará marcado en nuestra historia como un año de quiebre. Pasado el verano, la pandemia del Coronavirus llegó a la Argentina y golpeó de lleno al corazón de todas las actividades sociales, deportivas, educativas, productivas y económicas, se produjo un verdadero parate en el mundo y nuestro país, lleno de necesidades y vulneraciones tomó la decisión de encerrar a toda la población y suspender la normalidad, la actividad cotidiana tal como la conocíamos quedó suspendida con la “cuarentena más larga del mundo”.
Nos llevó casi un año poner en funcionamiento distintas actividades y volver a cierta normalidad. Y la educación siguió en pausa. Nos costó mucho trabajo volver a las aulas, a la actividad que forma, contiene, educa e iguala a los niños niñas y adolescentes. Retomar la educación de manera presencial, poner en marcha el sistema educativo fue un tema super complejo, entre otras cosas, por la negativa de los gremios docentes.
Hubo que trabajar mucho y concientizar a la sociedad sobre los daños que el cierre de las escuelas provocó en los estudiantes, los retrocesos que sufrieron los niños y niñas sin escolaridad, la enorme cantidad de chicos que no pudieron conectarse y que perdieron la continuidad pedagógica. En este sentido, Unicef no dudó en calificar al 2020 como el año de la “tragedia educativa” e instar a los gobiernos sobre todo de América a que hagan todos los esfuerzos para abrir las escuelas y que, en un caso extremo “las escuelas sean lo último en cerrar y lo primero en abrir”.
En base a un esfuerzo social inmenso y el consenso en que la educación debía regresar a las aulas se definió la vuelta paulatina y escalonada a las escuelas, con una modalidad mixta de presencialidad alternada con la virtualidad con el cuidado y los protocolos rigurosamente custodiados para que no se dieran contagios en las escuelas. Los horarios escalonados de ingreso y egreso, puertas y salidas diferentes, sistema de burbujas intercaladas, distanciamiento, higiene de manos, barbijo o tapabocas obligatorio, testeos a docentes en CABA y la promesa de la vacunación fueron consensuados para la vuelta “cuidada” a las escuelas.
Unas pocas pruebas de socialización sobre finales del 2020 y un comienzo con mucha incertidumbre entusiasmaron a la sociedad y unieron a la política. Las primeras semanas de presencialidad 2021 han sido un ejemplo de comportamiento y una muestra de que cuando las decisiones se planifican, se estudian, se ejecutan y se evalúan, los resultados son producto de ese trabajo previo, buenos.
La vuelta a clases es un éxito, los contagios entre los estudiantes han sido muy bajos, las burbujas permiten la identificación de posibles casos de covid, el aislamiento y la prevención del contagio; en el caso de los docentes, un porcentaje mínimo resultó contagiado y casi todos esos contagios se dieron fuera de los establecimientos educativos. Los chicos respetan las normas de cuidado y los protocolos.
Con estos resultados y la alegría y el bienestar notorio de los chicos que luego de tantos meses de angustia, se reencontraron con sus pares, amigos y compañeros de aula, que retomaron hábitos de aprendizaje, de estudio, rutinas sanas para el desarrollo infantil, el Presidente decide que las escuelas deben cerrarse. Sus comentarios y justificaciones para cerrar las escuelas no se comprenden ni tienen lógica. Minutos antes de su anuncio, los Ministros de Salud y Educación manifestaban y llevaban tranquilidad a los hogares sobre la continuidad de las clases presenciales.
¿Cuál es el mensaje? ¿Que no importa el trabajo mancomunado y el esfuerzo de todos para sostener a la educación? ¿Que la educación no es importante, que es una actividad más?, ¿que no es esencial ni prioritaria? Muchos interrogantes y pocas respuestas, decisiones sin sustento, frente a una sociedad informada e involucrada.
¿No son suficientes las estadísticas sobre pobreza y marginalidad para revalorizar a la educación como la única oportunidad de niñas y niños de hogares vulnerables?¿Cambió la situación de las familias que no disponían de conectividad ni dispositivos para sostener la educación en la virtualidad? ¿Mejoró la calidad de vida y los hogares de los sectores más postergados? ¿Qué aprendimos de la experiencia del 2020? No aprendimos nada, porque aunque los resultados son buenos, las decisiones son siempre las mismas, ¿cómo le explicamos a nuestros niños que aunque hicieron las cosas bien, otra vez se quedan sin escuelas? Cómo vamos a salir adelante como país si no apostamos a la educación y al trabajo? Cuál es el futuro que les proponemos a los chicos si la primera decisión es cerrar las escuelas? Si empeoró la situación de infinidad de familias, ¿cómo piensa el Presidente que los chicos van a conectar con la escuela estos 15 días? ¿Serán 15 días?
Respetamos los protocolos, nos acostumbramos a usar el barbijo, a relacionarnos en ambientes abiertos, ventilados, espacios públicos, necesitamos retomar la normalidad sin desconocer el aumento de la contagiosidad, el agotamiento del sistema de salud, los miles de muertos por el Virus a quienes les debemos respeto y aprendizaje. Debemos controlar que se cumplan los protocolos y reafirmar que los sitios en donde se cumplen los protocolos son sitios seguros. La escuela es el lugar más seguro para los niños, niñas y adolescentes. La escuela no contagia.
La política debe estar a la altura, debemos tener prioridades y objetivos claros para poner la energía y el trabajo. Necesitamos salir adelante juntos, codo a codo revalorizando la educación y el trabajo, el respeto y la empatía, porque si no lo hacemos no habremos aprendido nada. La educación se da en las aulas, con las escuelas abiertas. Sin educación no hay futuro.
*Marcela Farroni
Defensora Ciudadana de La Plata